Desconfianza y abandono: ¿La falta de compromiso con el otro que esgrimió la pandemia se puede reconstruir?

Por Lic. Tamara Saúl

Desconfianza y abandono: ¿La falta de compromiso con el otro que esgrimió la pandemia se puede reconstruir?

Sin dudas, este año 2021 y el anterior vienen siendo totalmente diferentes a los que vivimos hasta ahora. Con muchas personas sólo nos conocemos en la vereda, en el chat, en el zoom…. Los espacios del consultorio fueron reemplazados por cuadraditos en un chat o solo por voces del otro lado del teléfono. Las instituciones estuvimos cerradas físicamente por mucho tiempo, aunque seguimos funcionando distanciadas, mediante la virtualidad… y desde hace unos meses pudimos volver a encontrarnos cara a cara de a poco, con protocolos, pero siempre con la cara por la mitad cubierta por un barbijo o tapaboca. Esta pandemia nos dejó por la mitad a muchos y a muchas. Se nos fueron familiares, amigos, no solo nuestras caras se ven parcialmente, sino nuestras vidas quedaron en muchas partes escondidas. Espacios de nuestras casas se descubrieron y a través de las pantallas empezamos a conocer ambientes íntimos del otro que antes no se accedía, pero a la vez la pantalla nos puso un velo y un filtro porque hizo que limitemos eso que queremos mostrar y lo que no. En el encuentro cara a cara, sin pantalla, no se puede filtrar, la cosa es más espontánea, menos predecible, sin posibilidad de poner pausa ni ¨mutearse¨ o sacar la imagen para que el otro deje de verte por unos segundos. Por eso creo que las pantallas esgrimieron nuevas defensas que no solo tuvimos que construir ineditamente en el 2020 con la pandemia, defendiéndonos contra un virus muy incierto, sino que se edificaron defensas que hoy por hoy de a poco debemos hacer caer para volver a encontrarnos.

En el 2020 el otro se volvió peligroso, debimos alejarnos físicamente de las personas, no pudimos abrazarnos, encontrarnos, debimos defendernos de lo riesgoso que es encontrarse con el otro. Implementar barreras, pantallas, filtros, máscaras y todo lo que funcione para estar lejos. La pantalla y los filtros, la distancia, propician un anonimato que nos defiende del encuentro con el otro, no sólo del virus. Y ese distanciamiento, por más que se vuelva a permitir la presencialidad con protocolos y barbijos, en muchas ocasiones se observa hoy en día que sigue vigente. La gente quedó distanciada, la desconfianza no es fácil de construir y reconstruir de un día para el otro, por mucho tiempo desconfiamos de que el otro este sano, en que no nos enferme. ¿Cómo hacer para reconstruir esa confianza?

Y cuando no hay confianza, las personas pierden valor. Es más fácil abandonar o alejarse de alguien en quien uno no confía o que radica ser un peligro. Cuando uno está distanciado del otro y no confía, es más fácil alejarse y despreocuparse por su bienestar.

Como venimos transmitiendo, esta segunda mitad del año, muchas familias que trabajaban con otros centros nos contactan porque su profesional de apoyo las ¨abandonó¨. No sólo nos llaman para realizar admisiones para el año que viene, sino para poder cubrirles integraciones para este año por ese motivo. Les explicamos que en nuestro centro sucedió lo mismo: muchas profesionales que venían trabajando de manera virtual cuando se debió volver a la presencialidad, o aumentar la cantidad de horas, abandonaron los casos. Las razones son variadas, muchas tendrán sus justificativos. Lo mismo sucede con algunas Instituciones educativas que cuando queremos acercarnos para reunirnos o plantear objetivos de trabajo en común presentan excusas para no hacerlo, o se esgrimen muchos ¨palos en la rueda¨ para avanzar con la verdadera inclusión de un alumno/a. Una directora de una institución refirió que la profesional de apoyo había que cambiarla porque ¨no evitaba que el alumno entre saltando en una pata al aula¨. Me pregunto: ¿Hay una manera en la que debería entrar un niño (con o sin discapacidad) a un aula? ¿O se trata de apoyar para que tenga la posibilidad de entrar y permanecer allí?

La desconfianza en las familias se expresa muchas veces en las que frente a alguna dificultad o problema que surge en la integración recurren a su obra social denunciando al centro o reteniendo ellos mismo nuestros honorarios. Como si las dificultades en estos procesos no respondiesen a una multiplicidad de variables y no pudiesen solucionarse trabajando en conjunto, repensando las prácticas y revisando las necesidades y posibilidades de cada actor interviniente. De nuestra parte sabemos que siempre está disponible la escucha y el acompañamiento por parte de las coordinadoras y del centro, entonces a veces no se comprende la desconfianza y mecanismos de defensa, desvalorizando o no reconociendo el alojamiento que una institución puede ofrecer y que nos esmeramos por sostener siempre. Como vengo señalando, la distancia y desconfianza del otro que puede ser nocivo, no es sin consecuencias duraderas y se ven en la actualidad. Muchas veces, perdiendo el eje de que los centros de inclusión (con aciertos y errores, sin duda) perseguimos el mismo objetivo que las familias que acompañamos: el bienestar de los niños y niñas que necesitan apoyo para su inclusión comunitaria.

No se trata aquí de juzgar a las personas, pero sí de analizar qué nos viene sucediendo con el distanciamiento que se generó desde hace un año y medio y que hay que recobrar para poder volver encontrarnos con el compromiso del otro, y poder confiar en que el otro nos va a dar seguridad. Hay que poder bajar la guardia, esa guardia que debimos subir con la pandemia para poder reconocernos en el otro y volver a valorar su presencia. Si podemos valorar la presencia del otro, otro no peligroso, evitaremos que el próximo año sea tan fácil abandonarlo. Nos volveremos a acercar.

Se trata de volver a hacer acuerdos, a refundar los lazos. Con las y los profesionales, instituciones y familias. Volver a mirarnos a los ojos, sacarnos las vendas que debimos ponernos para cuidarnos del otro y poner ¨curitas¨ en las heridas que dejó esta pandemia. Poner ¨curitas¨ en los vínculos.

Podemos preguntarnos: ¿Qué cosas hacen que nosotros estemos juntos? ¿Qué necesitemos de la presencia del otro? ¿Qué tenemos en común? Y desde allí podremos refundar los vínculos y la confianza. De a poco ir acercándonos, que claramente no será sin conflicto y dificultad. Pero vale la pena apostar a eso para intentarlo y transitarlo.

Necesitamos volver a humanizarnos, dejar las pantallas que nos robotizaron y poder acortar distancias para dejar de escondernos detrás de las palabras o las voces.

Necesitamos volver a investir los espacios, que los cuerpos no se restrinjan a la mirada.

Somos referentes de nuestros hijos e hijas, de nuestro/as alumno/as. Nuestras maneras de comunicarnos, de expresarnos y de vincularnos con ellos y ellas fundan sus psiquismo, sus acciones y su forma de ser. Seamos ejemplos y transmitámosles que se puede confiar en el otro, que hay que responder por nuestras acciones y ser responsables de establecer vínculos valorando la presencia del otro. Yo creo que se puede.

Lic. Tamara Saúl

Tamara Saúl

Se recibió de psicóloga con Diploma de Honor en la Universidad de Buenos Aires. Realizó la Carrera de Especialización en Psicología Clínica de la Discapacidad de la U.B.A. y cursos de posgrados de Psicoanálisis en la Escuela de Orientación Lacaniana, Universidad de Buenos Aires, Centro de Salud Mental Ameghino, Hospital Ramos Mejía, entre otras instituciones. Además de haber participado de carteles de investigación en psicoanálisis, grupos de estudio y de supervisión.

Su práctica clínica la desarrolló fundamentalmente en el ámbito hospitalario, ya que formó parte durante del equipo de Pareja y Familia del centro de Salud Mental n°3 ¨Arturo Ameghino¨ y del servicio Infanto-Juvenil del Hospital ¨Ramos Mejía¨.

En el ámbito privado, trabajó como acompañante terapéutica, y actualmente realiza atención individual, de pareja y familia con orientación psicoanalítica en su consultorio privado.

Es directora de la Institución En-causar Psi, en donde se desempeñó inicialmente como coordinadora y supervisora de acompañamientos terapéuticos domiciliarios y educativos.